Se es más cristiano no cuantos más prácticas relgiosas se hacen o cuantas más devociones se tienen o costumbres se realicen. Se es más cristiano en la medida en que se ama más a Dios. Pero tengamos en cuenta que el amor es mucho más exigente que el cumplimiento de unas normas o la profesión de unas verdades, porque el amor exige el ser entero y sólo se contenta con la entrega total. Quien piensa que ser cristiano es aceptar unas verdades y realizar unas prácticas (rezar, asistir a la Misa los domingos, salir en una procesión, etc.) podrá sentirse satisfecho cuando hace esto pensando que está cumpliendo con Dios y que es un buen cristiano.
Es típico el que se cree que es un buen cristiano porque no ha matado ni robado a nadie y porque reza de vez en cuando y asiste a Misa algunas veces o tiene una imagen en su casa de la Virgen o del patrón de su pueblo o ciudad. Ese tipo de cristiano incluso piensa que Dios debe estar contento con él porque hace todas esas cosas. Nada más lejos de la realidad. Si el amor a Dios es la esencia del cristianismo, el verdadero cristiano nunca pensará que ama suficientemente a Dios porque el verdadero amor nunca piensa que ama bastante a la persona amada, sobre todo cuando a quien hemos de amar es a Dios. Podemos decir, como lo han dicho muchos santos, que la medida del amor a Dios es amarlo sin medida. Por eso, el verdadero cristiano nunca estará satisfecho con el amor que tiene a Dios. Siempre le parecerá poco y siempre querrá amarlo más, con más intensidad, con más fuerza. Son demasiados los que confunden el amor a Dios y a la Virgen con un sentimiento, con una serie de emociones que no saben expresar. Una cosa es amar y otra es sentir que se ama. El amor que no se concreta en hechos, en acciones, es un amor abstracto, irreal, mero sentimentalismo.